ALEJANDRO CORREA
TENERIFE, 1984
A lo largo de su evolución creativa, Alejandro Correa se ha ido distanciando de la escena. Desde los sombríos personajes rodeados por asfixiantes muros invisibles, la propia realidad da un paso atrás para tomar aire y perspectiva, permitiendo al ajeno observador disfrutar de una sensualidad natural y enrevesada. De la persona y sus aristas, a la ondulante belleza de su entorno. De la compleja voluptuosidad a la templada infinitud de horizontes reflexivos.
En sus trazos se esconden historias personales impregnadas de nostalgia, riquezas y penumbra. Piezas que sirven de ancla para el alma y a la vez conminan a desviar repentinamente la mirada, como el esquivo movimiento de una sombra en un callejón decimonónico.
Porque cada pintura de Alejandro Correa es el resultado de una comunicación íntima y sincera entre la obra y el artista; una charla sobria y contenida que destila un romanticismo propio de épocas pretéritas, muy en consonancia con el genio del pintor, cuyo proceso creativo enmascara una espontánea coherencia y una autenticidad casi visceral. Más allá de eso solo existe la naturalidad de quien nunca ha pretendido otra cosa que ceder con gusto parte de su alma.
En su incipiente carrera ya lo contemplan exposiciones institucionales en el Museo Cabrera Pinto de Tenerife, Espacio Arte Contemporáneo de La Habana o individuales como la realizada la Galería Stunt (2013), las realizadas en la Galería Artizar en 2016, 2019 y 2022 o la realizada para la SAC (Sala de Arte Contemporáneo del Gobierno de Canarias), además de Ferias de arte Contemporáneo como Estampa o Artesantander.