ROMINA RIVERO
TENERIFE, 1982
Los vínculos, trasvases y entrelazamientos entre el “yo claro” europeo y el “yo difuminado” oriental es la constante sobre la cual descansa mi obra, centrando la investigación en aspectos de la medicina y la filosofía en torno a la violencia biopolítica. Contrapongo y hago convivir la medicina occidental neoliberal con la tradicional; y la filosofía clásica Taoísta con determinadas formas de pensamiento contemporáneas (Foucault y Preciado). Uno de los ejes principales son las ficciones políticas estatalizadas desde el S. XVII hasta nuestros días y sus discursos clínicos: el bio-poder, aplicado mediante la tanato-política, la tecno-biopolítica y la fármaco-pornopolítica. Inherente a dichos procesos de androcentrismo político sobre el “control de la vida” es la destrucción del poder de la mujer sobre la medicina, la reproducción biológica y social, y la creatividad social y política. Mi trabajo unifica y declara que la “normalización” de procedimientos disciplinarios y la medicalización de la vida, ha convertido el ser humano en “sujeto” y la vida en “objeto” u historial clínico.
Siento una necesidad vital de embellecer “el dolor” mediante la herida, la cicatriz y el trauma que anida en lo corpóreo. Trato de evidenciar sus texturas, ese espacio vacío u olvidado del duelo y el sufrimiento que se omite en nuestro presente. Mi trabajo narra la experiencia de cómo el dolor de la violencia biopolítica opera en nuestro organismo, de una forma directa (nuestro propio cuerpo) o indirecta (tras la ausencia de un ser querido).
Y pese a que ésta heteronorma neoliberal ha convertido lo privado en público, la necrocracia en forma de gobierno, y las mayorías somos tipificadas de minorías con el fin de ser silenciadas, mi intención es consolidar la idea y la acción de autonomía e intimidad. Me expreso sutilmente desde la austeridad cromática y la diversidad de lenguajes. Somos el espacio que habitamos, somos nuestro cuerpo, territorio y lugar de memoria. En esta efímera vida de luciérnaga, nuestras cicatrices son identidad, nuestros gritos son memoria, nuestro dolor es fuerza. Somos la dignificación de nuestros vivos y de nuestros muertos. Somos la práctica de la libertad, o por lo menos, el intento.