ESPacio Argén · Madrid · Spain
1 MAR – 19 MAR. 2025
curator_ OMAR-pascual castillo
Produced_ Galería Artizar
La tenacidad, esa cualidad fruto de la perseverancia y la resistencia que hasta hace poco tiempo se acuñaba como una virtud, en estos tiempos veloces del Nuevo Milenio que boga por el cortoplacismo y la inmediatez paliativa, tal parece que esta mal vista. En cambio, allí donde se descubre y confirma, sigue siendo un valor, un plus.
Una cualidad que en los artistas Roberto Diago (La Habana, Cuba 1971) y Carlos Nicanor (Gran Canaria, España,1974), se hace obvia a la primera ojeada o acercamiento que hagamos a sus obras. Primero, porque ambos hacen gala de un cuerpo de trabajo descomunal, multidisciplinar por su naturaleza exploratoria en cuando lenguaje visual les sea afín, abarcando: dibujo, pintura, murales, escultura, escultura monumental de exteriores, instalaciones, gráfica y múltiples. Segundo, porque en ambos, persiste cierto interés por ahondar en la riqueza cultural trasatlántica que en nuestra contemporaneidad cohabita con los modelos occidentales, fruto de los procesos de sincretismo, aculturación y colonización experimentados en nuestros entornos.
Siendo así, ambos, se adentran en la cultura atlántica como acervo poético, filosófico, fabulador, como infinito contenedor de saberes, como parte primordial que nos define. Carlos, revisitando sus orígenes locales canarios y sus vínculos mediterráneos, Roberto, revisitando sus orígenes afrocubanos y sus vínculos trasatlánticos.
Roberto Diago, por su lado, abierto el camino de regreso a nuestros orígenes por tres generaciones anteriores a la suya, la de su abuelo (íntimo de Wifredo Lam y Agustín Cárdenas, por sólo nombrar dos figuras claves de la Vanguardia Histórica Cubana), luego aquellos que aunque tildados de folkloristas por ser artistas afrocubanos de las generación de los sesenta/setenta (pienso en Manuel Mendive y Eduardo Choco), quienes nunca quisieron renunciar a su negritud, y la de José Bedia, a quien acompañaron en sus inicios figuras como Juan Francisco Elso Padilla y Ricardo Brey; Diago tiene la suerte de que a esas búsquedas más etnográficas y conceptuales que biopolíticas, se le sumó la actual mirada decolonial sobre lo racializado. Siendo él, un hombre negro, su obra se edifica así como un respuesta polisémica, poliédrica, de múltiples aristas, donde lo racial y lo ancestral, se dan la mano.
Por otro lado o quizás este mejor decir en otra dirección ya que ambos artistas nunca se paran, siempre se desplazan, Carlos Nicanor, argumenta su quehacer desde una posición introspectiva, mientras gran parte de artistas de su generación debatían con la imagen post-fotográfica, Nicanor se adentró en sus investigaciones en cómo se construye la cultura como un cúmulo de mitologías y convivencias -no siempre pacíficas o no violentas- con lo natural. Mientras Diago tuvo la voluntad de continuar un camino andado por sus predecesores, incluso familiares, Carlos, se paró en seco, miró a su alrededor y encontró en la madera un ancestral material de disidencia a la materialidad plástica y plastificada de las pantallas. Sin que esto resulte un comportamiento tecnofóbico. Nicanor ha asumido desde su temprana juventud que su aproximación al Arte es desde su materialidad, de sus construcción como cosa manuable, cosa hecha artesanalmente. Donde sus búsquedas de universos utópicos de representación no han devenido de la imaginería documental de la imagen sino del cuerpo, o de cuanto organismo vivo e imaginado se comporte como cuerpo, masa amorfa a conocer.
De la manera en la que ambos escultores se enfrentan al hecho escultórico deduzco que la persistencia y la tenacidad son dos actitudes aprehendidas a fuego lento, Diago, a través de una reinterpretación de sus orígenes combinándola como relato, con su acontecer cotidiano, su condición de hombre habanero, nacido y criado en un barrio periférico, de una masa poblacional humilde, aunque su familia no lo fuese precisamente sino lo contrario, individuos cultos creadores de los pilares de la cultura cubana moderna; y Carlos, desde un acercamiento primalista, diría Thompson, casi antropológico, con el material artesanal por excelencia en las islas canarias, que es su riqueza maderera, como signo distintivo de su construcción objetual. Donde la cestería, el barro, la madera son elementos y lenguajes naturales desde los cuales la cultura popular canaria se ha edificado.
Carlos, levantando su trabajo así como un misterio poético, donde la minuciosidad del trabajo meticuloso se hace cosa táctil, cosa tocada, acariciada por la persistencia preciosista de un artista que encuentra el lado brillante del nácar en cualquier material rústico; mientras Diago, por su formación como escultor, son los planos y los fractales que constituyen la materialidad de cada objeto que le rodea, lo que da la armazón que necesita para levantar una cabeza, aplanar un paisaje, deconstruir una casa, un monumento, o apuntalar una muralla que nos resguarde. Aunque ese lado nos resulte visualmente el lado brutalista, de presencia rústica, donde la imperfección se hace mecánica de la provisionalidad a la que la cultura cubana se va abocada.
Ambos mostrándonos, las dos caras de una misma metáfora, su lado liso, pulido, espejeante, y su lado abrupto, salvaje, indómito. Ambos artistas, como mismo lo hace el tenaz trabajo de la galería Artizar que desde la ultra-periferia insular canaria apuesta por la contundencia de estas poéticas, definitivamente me parecen una muy pertinente PERSISTENCIA. Será porque en estos tiempos de nimiedades tecnocráticas y vagancias narcisistas, muchos olvidan lo que dice el refranero popular que El que persevera, triunfa.