igo rescatista y no conservadora, pues aunque Alfonso es una especie de Noé de lo artificial, de la cultura material humana, su procedimiento no deja de ser perturbador. Cada objeto es representado a escala real y coexiste en un espacio pictórico que Alfonso ha convertido en arca, salpicada por el agua que mancha y desdibuja los contornos de las formas; podría decirse, jugando con el lenguaje, que se trata de un espacio arcaico. Juguetes de plástico o felpa, libros de recetas de cocina, equipos de telecomunicación sofisticados y esculturas ancestrales africanas o precolombinas junto a imágenes de ídolos religiosos o culturales como las estrellas de la música pop. Algunos proceden de tiendas comercializadoras y de sitios de internet, mercados reales y virtuales donde las transacciones pueden ser públicas o secretas, excesivamente costosas o expresiones de una economía del regalo. Pero nada de estos contextos aparece. Como con todo claroscuro y cada foto, es más lo ocultado que lo revelado.
La yuxtaposición o cercanía de objetos puede sugerir asociaciones significativas en el espectador, pero eso es algo que Alfonso no se interesa en explotar. Predomina el azar y el caos aunque todo parezca ordenado para lucir bien sus contornos y sea contado. Cada motivo es equivalente en su esterilidad, como letras de un alfabeto muerto. De este modo, el artista ha descubierto en lo inanimado el rasgo que identifica la cultura material y, al mismo tiempo, ha renunciado al poder de representación simbólica que aprendió en la academia, tal vez como un gesto de modestia. Al utilizar el lenguaje de la representación mimética, que es la base de la estética occidental, pero subvirtiéndolo mediante el silencio de los significantes, Alfonso destaca la similitud de fondo entre arte y consumo.
No importa cuánto nos acerquemos al bosque, incluso que pongamos nombres atractivos a cada especie, los que están allí seguirán siendo árboles. Todos los objetos de esa des-creación humana que llamamos mercancía, ‘uno, dos, tres, trescientos’, son en el fondo números de una misma serie, equivalentes, que es como decir reemplazables. Excepto uno, el cuadro mismo, que Alfonso no cuenta entre los objetos aunque lo haya convertido en una arca, utilizable una y otra vez, que es como decir indesechable. Nombrar y contar sirvieron sin dudas como privilegios divinos para cimentar el conocimiento científico. Pero renombrar y descontar, parece acotar Alfonso, son también invaluables para que el ser humano ejerza el acto de extraordinario poder que llamamos arte.
Elvis Fuentes
Santiago de Cuba, 15 de enero de 2018.