Un año en Pátmos, la exposición que Marco Alom (Los Gigantes, Tenerife. 1986) ha preparado para la Galería Artizar, dialoga sobre el acto de tomar distancia para ordenar las obsesiones y obtener conclusiones de todo lo experimentado, de retirarse al territorio acotado y periférico para poder dar sentido a las contradicciones, estableciendo un año vivido como punto de inflexión entre una etapa de la vida y otra, el colapso de un tiempo y la anunciación de otro.
Ideado en un inicio tras la lectura de El Juicio Universal de Giovanni Papini, esta versión del Apocalípsis en donde los tiempos conocidos llegan a su final y comienza el periodo prometido, se convierte en un diario estético, un libro de bitácora escrito en símbolos, el testimonio de un periodo donde una amalgama de situaciones da paso a las imágenes surgidas… Pátmos como refugio, como periferia desde la que se habla al exterior, pero ante todo como un territorio psicológico donde el autor recrea y traduce lo que nace entre la delgada línea de lo territorial y lo intangible, es el resultado donde los iconos personales y los universales se encuentran para poder establecer un imaginario propio. Se empieza dibujando lo que se quiere y se termina dibujando lo que se es.
En un mundo redondo, el lugar más lejano al que puedes llegar es el lugar del que partes.
Pátmos, una minúscula isla del Mar Egeo con apenas 34,05 km², fue el lugar donde en su vejez San Juan tuvo las visiones que dieron paso al Libro de Las Revelaciones, más conocido como El Apocalipsis. Fruto de una corriente de tradiciones, simbologías metafísicas, experiencias y, ante todo, el reducido espacio de su isla y la gente que con el apóstol compartían fortuna, este libro se convirtió por su dualidad entre belleza y turbación, en una de las obras canónicas de nuestra cultura.
Robert Graves en Yo, Claudio ponía en boca de Póstumo, el nieto del emperador Augusto exiliado en un minúsculo islote en el Mediterráneo, que éste “había contado la superficie de la isla con los pasos de un corto paseo”; y así recordamos también a Steve McQueen en la película Papillón, contando día tras día los cinco pasos que medía su celda en La Isla del Diablo. La superficie que habitamos intenta esbozar nuestras posibilidades, condiciona nuestro imaginario y elabora una nueva gama de obsesiones y pretensiones, creando paisajes radicalmente nuevos en la mente de aquellos que lo recorren cada día.