pamen pereira

life, i'm your lover

13 SEP, 2019 - 19 OCT, 2019

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El pájaro y la piedra

 

En todo viaje hacia uno mismo resuena el aleteo sin bridas del vuelo en el sueño. Nos sobrecoge el dibujo que el pájaro traza en el aire, y no la sola belleza del pájaro detenido en la rama. Si los pájaros hablaran, si sus palabras pesaran para decir lo que se ama, serían piedras frías en el lecho de un río, y no llamas fugaces incendiando el aire. El pájaro y la piedra son dos polos de una misma gravedad en la obra de Pamen Pereira (Ferrol, 1963). El vuelo restaña en nosotros ese deseo de una libertad mayor que nos permite avanzar en la luz. Es la pulsión de esa levedad largamente anhelada la que guía las palabras de Emily Dikinson cuando escribe: «la esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma». Muy pronto aprendimos a dar alas a ese deseo. En los montes Jura, al sur de Alemania, encontraron a principios de este siglo la figura de un ave tallada en marfil por los primeros humanos que colonizaron Europa, hace más de 30.000 años. Atados como estamos a la gravedad de la tierra, hemos sido empujados a pelear por la vida en una naturaleza a menudo hostil, mientras que arriba, los pájaros dibujaban en el aire, para ganar esa alquimia de la levedad que ha conducido nuestros sueños desde el origen.

«Mis ojos buscan eso que nos hace sacarnos los zapatos para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo o inventar un pájaro para averiguar si existe el aire» ROBERTO JUARROZ

Gastón Bachelard, en El aire y los sueños, ese libro que ha acompañado muchos viajes de Pamen Pereira, nos recuerda que «si los pájaros son el pretexto del gran vuelo de nuestra imaginación, no es a causa de sus brillantes colores. Lo que es bello, primitivamente, en el pájaro, es el vuelo. Para la imaginación dinámica el vuelo es una primera belleza». El vuelo que nos conduce hacia esa primera belleza da sentido a las obras que se resuelven en lo dinámico y que, al tiempo, nos aquietan, devolviendo el ser a su serenidad primigenia. Para Pamen Pereira el autoconocimiento pasa por el conocimiento del mundo a través de la naturaleza, de ahí que la emoción se presenta en aquellos itinerarios menos transitados por lo humano. Para que el arte se aleje del artificio, para que habite en su verdad, para que la luz que lo ilumina no se vea refractada por lo ya conocido, es preciso desaprender lo aprendido para recogerse en el origen. Pamen Pereira ha escrito que «esa autoconciencia de ser naturaleza me lleva a adentrarme en ella como el que entra en territorio virgen, salvaje, no domesticado por el hombre». El alimento de toda emoción está, por lo tanto, en desandar el camino. De nada sirve partir creyendo que sabemos lo que buscamos. La revelación siempre aguarda en el lugar aún no conocido.

A veces se encuentra en la contemplación de lo más humilde: una raíz descarnada de la tierra, un brote de liquen que habita en la silenciosa oquedad de una roca, la mosca diminuta que escapa del poema de William Blake para posarse en la pregunta de la eternidad, el capullo de seda que el gusano deja en su tránsito hacia la mariposa. La obra de Pamen Pereira no busca ni imita, sino que nace a un nuevo camino de conocimiento en el que es preciso reformular el mundo. Si todo en la tierra va, como pensaba Paracelso, «a las manos del hombre sin que se esfuerce en conseguirlas», el trabajo de la artista debe hacer germinar, a partir del hallazgo, una nueva forma de ser en la naturaleza que le permita «ver más allá de lo que perciben nuestros sentidos». Solo entonces, se revela lo que permanecía oculto. Solo entonces, logramos esa alquimia de la levedad que nos da alcance desde el más remoto y olvidado de nuestros sueños.

 

Álvaro Marcos Arvelo

Obras

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