Fuego. Fuego. Fuego
La fugacidad del tiempo es un tema que ha fascinado a filósofos, poetas y pensadores a lo largo de la historia. Desde los tiempos de Heráclito, quien afirmó que “todo fluye”, hasta la profundidad del pensamiento de Platón y la angustia melancólica de la existencia que retrata Kierkegaard, la naturaleza efímera del tiempo ha sido objeto de contemplación crítica y emocional.
En nuestra vida cotidiana, el tiempo se presenta como un río que avanza inexorablemente, llevándose con él momentos y experiencias. La fugacidad del tiempo puede generar en nosotros una sensación de urgencia, un deseo casi visceral de aprehender cada instante, de vivir intensamente. Sin embargo, esta búsqueda a menudo se encuentra teñida de una profunda ansiedad por la pérdida; el miedo a que los momentos que valoramos se deslicen entre nuestros dedos sin que hayamos tenido la oportunidad de disfrutar plenamente de ellos. En el estoicismo, por ejemplo, se nos enseña a aceptar la impermanencia y a enfocarnos en lo que está en nuestras manos, en cómo elegimos vivir nuestros días. El tiempo, entonces, se convierte en un maestro y un recordatorio de que cada momento es una oportunidad singular que merece ser contemplada y valorada.
Por otra parte, la fugacidad del tiempo también nos invita a reflexionar sobre la memoria y la construcción del sentido. Lo que vivimos no es simplemente un compendio de instantes dispersos, sino una narrativa que conformamos a través de la reflexión y la conexión emocional. Esta subjetividad del tiempo nos lleva a entender que, aunque los segundos y los minutos son rígidos en su transcurrir, nuestra experiencia de ellos puede ser rica y profunda. Al final, la fugacidad del tiempo nos recuerda la importancia de la atención plena. En un mundo que tiende a poblarse de distracciones, el desafío es aprender a estar presentes, a saborear el ahora. Si bien no podemos detener el flujo del tiempo, sí podemos elegir cómo nos relacionamos con él. Tal vez la paradoja de la fugacidad no resida en la pérdida, sino en el regalo de la conciencia: cada instante, por su brevedad, tiene el potencial de ser un tesoro que, al ser apreciado, se transforma en eternidad. Y es ese instante, convertido en eterno, el que marca de forma indeleble la ya extensa trayectoria de Pamen Pereira desde sus inicios como artista, como puede verse a lo largo de su producción artística y en las obras que dan forma a su exposición en la Galería Artizar.
El poeta San Juan de la Cruz, una referencia ineludible para acceder al trabajo que presenta Pamen Pereira, adquiere forma mediante la presencia del fuego que recorre toda la obra del poeta y que encuentra una presencia implícita y explícita en las obras de la artista. El fuego, en el contexto del profeta Elías, simboliza la presencia de Dios, la purificación, el juicio y la revelación, reflejando diversas facetas de la relación entre Dios y su pueblo a través del ministerio de este profeta. Ese fuego llameante, que en ocasiones podría bordear su extinción, es una metáfora que nos habla del tiempo, de la perseverancia necesaria para seguir adelante, no rendirse, incluso en los momentos en los que las fuerzas flaquean y los propósitos que nos impulsan parecen carecer de sentido. Nuestro mundo es muy distinto al de San Juan de la Cruz, pero en realidad la condición humana parece haber cambiado muy poco. Las formas y el carácter instrumental de lo que nos rodea ha sufrido una evolución innegable, pero las glorias y las miserias humanas son prácticamente las mismas.
Vivimos en una era de instantaneidad, donde todo sucede a una velocidad vertiginosa y donde la incertidumbre y la volatilidad son constantes. El tiempo se vive como algo fugaz y efímero, lo que nos lleva a una sensación de urgencia sostenida. Nos sentimos presionados por el reloj, tratando de hacer cada vez más cosas en menos tiempo, lo que inevitablemente genera una civilización dominada por el estrés y la ansiedad. Así es la sociedad líquida, bautizada por Zygmunt Bauman, en la que hay espacios encadenados de existencia acelerada, pero en la que es prácticamente imposible establecer prioridades realistas para la vida. Aún así Pamen Pereira, con la tenacidad por bandera, nos invita a agitarnos por dentro, en esa geografía oculta que ha dejado de interesar porque no es visible para los vídeos ni los selfies con los que desbordamos las redes sociales. El título de su exposición, “Don’t give up”, nos reta a seguir adelante, a no rendirnos ante el desánimo global de un mundo que por momentos se desmorona entre crueldad, sangre derramada y codicia. El ser humano es capaz de lograr las más elevadas metas y, sin embargo, infligir altas dosis de sufrimiento a su propia especie. Resulta incomprensible, pues escapa a una lógica racional, pero esa es la realidad.
No rendirse supone una toma de posición, es un acto político cargado de necesario activismo que, en el caso de Pamen Pereira se transforma en obras de arte con las que acaricia nuestros sentidos, estimula nuestras emociones y activa áreas de comprensión profunda. Es tiempo de activación y colectividad, pero la principal revolución se está ya produciendo en tu interior, casi sin que lo notes, sin que desde fuera se aprecien signos, ese cambio ha llegado y, como “el fuego poderoso y redentor” creado por Pamen, arrasa con todo lo conocido.
Las batallas que no se ganan son aquellas por las que decidimos no luchar.
José Luis Pérez Pont
Destacado en las Noticias de Televisión Canaria
Prensa escrita
Artículo en la Plataforma de Arte Contemporáneo (PAC)
Destacado en la revista Arte por Excelencias