Amparo Sard · Demasiada Empatía

Amparo sard

demasiada empatía

14 DIC, 2018 - 19 ENE, 2019

AUTORRETRATO DE ARTISTA CON NAUGRAFIO AL FONDO

 

“Quienes vieron el cuadro de Géricault en las paredes del Salón de 1819 sabían (…) que estaban contemplando a los supervivientes de la balsa de la Medusa, sabían que el barco que aparece en el horizonte los recogió (…) Pero la pintura que sobrevive es aquella que perdura más que su propia historia. La religión decae, el icono permanece; un relato se olvida, pero su representación sigue fascinando (el ojo ignorante triunfa, qué mortificante para el ojo informado). Hoy en día cuando examinamos “Escena de Naufragio”, es difícil sentir mucha indignación (…) El tiempo disuelve la historia y la convierte en forma, color, emoción”.

Julian Barnes, “Naufragio”, en Una historia del mundo en diez capítulos y medio,  Anagrama, Barcelona, 1999.

Los medios digitales proporcionan una gran cantidad de información, creando individuos cada vez más activos pero también cada vez más alejados de la empatía.  A través de la intermediación tecnológica los acontecimientos, los sucesos y los hechos son elevados a la categoría de espectáculo. Como aquellos espectáculos ópticos del siglo XIX en los que se hacía uso de medios técnicos para que el público disfrutara de la sensación de realismo, con la representación artificial de algún aspecto del mundo real. Esos espectáculos no requerían de mucha participación por parte del espectador, que debía limitarse a contemplar en la oscuridad una escena proyectada, observar una imagen con la iluminación apropiada o simplemente mirar durante unos segundos a través de un orificio. El público se acercaba a ese agujero, miraba y se alejaba tras disfrutar durante un instante de una realidad ilusoria.

El sentido más directamente relacionado con la empatía es la vista. Podríamos hablar incluso de una mirada empática. La empatía es un acto de la conciencia, es algo intencionado, una decisión: decidimos ser empáticos cuando dejamos de organizar nuestras experiencias de forma defensiva. El egoísmo que impera en nuestras sociedades ha propiciado el desarrollo de una hipersensibilidad a nuestro propio sufrimiento y una indolencia frente al sufrimiento ajeno. Es en ese contexto en el que este se ha convertido en una ficción,  algo a lo que han contribuido las pantallas de plasma que como marcos delimitan el flujo continuo de imágenes de personas que huyen de sus países para escapar de la guerra, la pobreza, el hambre y la violencia: los medios de comunicación de masas lo denominan “el drama de los refugiados”. Pero la pantalla no solo acota y enmarca la imagen, también funciona como barrera protectora, como una segunda piel formada por códigos de expresión y de conducta que han sido establecidos frente a la realidad para protegernos de ella, para evitar atender a su llamada, algo que de ocurrir nos debilitaría y dejaría exhaustos.

La pantalla es una interfaz entre el exterior y el interior,  un tamiz para que la información visual se convierta en una simple representación. Al filtrar las imágenes del drama estas se diluyen impidiendo así que la información llegue y si la información no llega no hay empatía, pues esta pasa por detener la mirada e identificarse con el/la otro/a. Podemos mirar para otro lado, pero también podemos desenfocar y distorsionar esas imágenes para no ver con claridad el dolor ajeno. Incluso podemos convertirlas en elementos decorativos que se funden con el fondo y así el drama pasa a un segundo plano,  funcionando como ese paisaje de fondo de los retratos pictóricos. Así evitamos empatizar, pero no para evitar sufrir: la falta de empatía funciona aquí como un acto de protección en un entorno desfavorable, frente a los/as que no consideramos iguales a nosotros/as por no pertenecer a nuestra cultura.

Enmascaramos el mundo según nuestras necesidades y necesitamos simplificarlo porque nos sentimos incapaces de lidiar con su complejidad. Simplificamos la realidad, la cubrimos con una capa de ilusión, le damos una apariencia ilusoria para deformarla, la percibimos de forma superficial y la convertimos en algo no cognoscible. De ahí el empeño de Amparo Sard por evidenciar en sus obras hasta qué punto hemos neutralizado esas imágenes, anestesiando y narcotizando nuestra mirada, para generar una mirada empática selectiva y momentánea como forma de organizar el mundo. En Demasiada empatía Sard despliega las múltiples formas en las que se manifiesta la falta de empatía, alertándonos de la urgencia de detenerse a mirar y de la importancia de la mirada empática con la esperanza de que quizás en ella encontremos la clave para la transformación social.  Cuando miramos a una persona la reconocemos como tal. Si nos tomamos unos minutos para pensar en nuestras diferencias y nuestras semejanzas la humanizamos y es de ese reconocimiento y de esa humanización de la que emerge la empatía. Esa que demanda Sard, la que rompe las barreras, las debilita, atraviesa y agujerea, tal y como ella hace en sus papeles. La artista perfora el papel, metáfora de la realidad, pero los orificios resultantes no persiguen debilitar la realidad, no están hechos para contemplar durante unos segundos un mundo de ilusión, como hacía el público en los espectáculos ópticos del siglo XIX. Perforar el papel es para Sard profundizar en la realidad, no para controlarla, más bien para conocerla porque tal vez a través del conocimiento lleguemos a su entendimiento y aceptación. Quizás solo así todo nos resulte menos doloroso: “Es difícil aceptar que el dolor psicológico es importante en mi trabajo – escribe Sard-. Pero cuanto más lo pienso más de acuerdo estoy. Una afirmación que me hace reflexionar: si es así… ¿por qué no me duele? ¿Por qué no siento el dolor? Probablemente porque he aceptado que todo lo que me rodea es como es, y he encontrado el modo de esconder ese dolor con las emociones del arte. Sin lo que el arte me proporciona, el balance no estaría equilibrado”.

Demasiada empatía resulta ser un gran autorretrato de Amparo Sard ¿”Autorretrato de artista con paisaje al fondo”? Tal vez, pero si sabemos observar, si estamos dispuestos/as a ello y le dedicamos el tiempo suficiente, puede que lleguemos a distinguir que el paisaje al fondo ha sido sustituido aquí por un naufragio: el de la empatía en un mar de indiferencia, provocado por una indignación siempre fugaz.

 

Yolanda Peralta Sierra

Obras