Quién haya seguido con atención los proyectos de Amparo Sard habrá percibido que los itinerarios que frecuenta suelen desarrollarse en aquellas zonas liminares y excéntricas donde las ideas comienzan a perder su consistencia, donde los conceptos empiezan a no ser lo que aparentan. Unos lugares ambiguos, de colisión, unos espacios para la duda, la experiencia y el conocimiento, en los que los diferentes pensamientos se desgastan entre sí, se rozan, se repelen y chocan, pero también conectan, se retroalimentan y crecen. Lo cómodo, lo habitual, aunque seguramente no sea lo más acertado ni lo más real, es recurrir al núcleo central de esos términos, a la parte más pétrea, casi inamovible, que sirve para establecer definiciones poco alterables de todos aquellos aspectos que nos preocupan, de todo aquello que necesitamos entender y fijar para vivir. Una estructura reticular que, en lugar de proporcionarnos la pretendida estabilidad, la deseada seguridad sobre la que avanzar, nos limita y nos encorseta en su estancamiento, en su falta de capacidad para adaptarse, en su carencia de velocidad y dinamismo. Unas coordenadas, más bien estrictas, que se hallan muy lejos de la compleja, flexible y cambiante deriva de los tiempos.
El Χάος es aquello de lo cual tenemos experiencia por negación: lo que se nos muestra sin aparecer, como pura negatividad, como amenaza. Y sin embargo es un peso, algo que tiene densidad, algo que fuerza la entrada de nuestra subjetividad y que en la abertura sólo deja tinieblas.
Chantal Maillard – La razón estética
Amparo Sard es una creadora clarividente que ha percibido con nitidez esta mutación continua en la que andamos sumidos, el anquilosamiento de esas convenciones nucleares que, protegidas por capas y capas de sedimentos, han dejado de definir oportunamente la idea que las contiene. Ya nada se explica mediante aquella semilla guardada como un tesoro que encierra una verdad pretendida, apenas podemos encontrar algo cierto en aquel testigo férreo que transmite, de generación en generación, ese conocimiento desfasado, condicionante y preestablecido. En realidad, Sard, es plenamente consciente de que no debemos acudir al núcleo si queremos conocer una definición, sino a esos espacios fronterizos donde las ideas se tensan, allí donde los enunciados entran en cuestión los unos con los otros. Unas orografías irregulares, exteriores y extensas, que llevan hasta el extremo el concepto del que emanan, que lo ponen a prueba, que lo fuerzan para conocer su verdadera dimensión, su alcance, sus múltiples formas y contenidos. Es en esos lugares que se hallan en los límites donde podemos encontrar a la artista, su obra, su interés y su vida.
En Exhalar y engullir, Amparo Sard convierte el espacio orgánico y cavernoso de Artizar en una de esas zonas intersticiales que conectan diversas realidades. Un contexto liminar cuyo nexo con lo que hay detrás, con lo que hay dentro, con lo que se encuentra al otro lado, se hace algo más evidente. Los agujeros que surgen del muro transforman las paredes blancas de la galería en esculturas, en organismos extraños que supuran materia mientras vinculan diferentes dimensiones a través de su abertura. La creadora penetra con sus manos en esos orificios, mete los brazos para provocar un desmembramiento que convierte sus extremidades en alimento, compartiendo sus propios pedazos con todos aquellos que deciden devorarlos. La artista se autorrepresenta en sus dibujos, trepanada por el vacío, como si de ella solo quedase una carcasa hueca, como si de nosotros no quedara más que un abismo. En esta exposición, al igual que nos ofrece el proceso íntimo de su escultura y de su dibujo, también elige levantar el velo de su pintura, mostrando sus entrañas, revelando la carne que hay debajo de la apariencia, aquella masa con aspecto de ser vivo que nos enseña sus tripas, aquella obra que, en un acto de verdadera creación, ha sido engullida, exhalada y engullida.