Tanto el título de la exposición como la cita que precede a estas palabras han sido tomados del texto que el poeta francés Francis Ponge (1898-1988) escribió en la experiencia creadora de un bosque de pinos que frecuentó durante un año. Le carnet du bois de pins (Cuaderno del bosque de pinos¹) es el poema/diario de aquella indagación poética y recoge, entre el 7 de marzo de 1940 y el 22 de julio de 1941, todas las disquisiciones y materiales que confluyeron y testimonian la experiencia, listas de palabras que comprobar en el diccionario, conceptos botánicos, agrarios, sociales o filosóficos que dilucidar, correspondencia sobre el asunto y las numerosas versiones del “abceso poético” resultante con sus potenciales variantes. Ponge se había propuesto “ganar” la confianza del bosque, “sacarlo del mundo mudo, de la muerte, de la irrelevancia, para ingresar(lo) en el de la palabra”, por lo que unas jornadas previas a la anotación precedente le había interpelado en términos de contención y respeto: “-no desarrollaré dentro de ti pensamiento alguno que te sea extraño”, subrayando la naturaleza de sus propósitos, “sobre ti voy a meditar”. Tras ocho décadas desde que fueron escritas y unas cuatro de haberlas conocido, las palabras de Francis Ponge han retornado a mi en los bosques de pinos de Julio Blancas y su eco se ha extendido a la naturaleza de toda su obra.
Julio Blancas es un artista serio y su trabajo uno de los empeños creadores más serios de nuestro ámbito cultural en lo que va de siglo. Es una seriedad que tiene que ver más con la actitud ante la obra -casi casi entendida como la vida- que con su propio carácter y el de cada obra en particular, ante las que no es raro terminar sonriendo y hasta riendo de admiración, sorpresa o placer. Seriedad que confirman tres décadas de persistente e incansable labor para sacar a la luz, sin pensamiento alguno que le sea extraño, una Naturaleza esencial y trascendente que nos identifica. Y, por último, seriedad aplomada por su entrega visceral al lápiz de grafito y al continuo aprendizaje y perfeccionamiento de todos los aspectos del oficio que ejerce, que al cabo configuran una ciencia del dibujo – “mi oficio es más científico que poético” dirá Ponge en una de las cartas del cuaderno- que lo ha convertido en un artista profundamente respetado.
En el inhabitado bosque de pinos del autor de Le parti pris des choses (De parte de las cosas) no hay “nada que ría², pero qué saludable holgura, qué templanza de elementos, qué salón de música tan sobriamente perfumado, sobriamente adornado, tan bien hecho para el paseo serio y la meditación… De tanto en tanto una roca solitaria agrava aún el carácter de esta soledad, fuerza lo serio”. La verdad es que sólo habrían bastado las palabras anteriores para apreciar esta exposición, incluso para comprenderla, porque tampoco ríe nada en la piadosa soledad de los nuevos bosques de Julio Blancas y, además, una piedra entre ellos fuerza lo serio.
Stoneyway, Caída y Simétrico son los títulos de tres bosques de pinos que Blancas realizó en la segunda mitad del pasado año. A diferencia de los atormentados y expresionistas de hace una década, los presentes dibujos invitan a un paseo asaz espiritualizado y poseen una extraña capacidad para conducirnos por ellos, a poco que dejamos atrás su preciso realismo y nos adentramos en su vigorosa ejecución. Habitamos, entonces, el hogar arbolado donde siempre se ha reconocido, donde veinticinco años atrás su obra afrontaba el reto de crear un lugar propio y una naturaleza también propia en sus primeros grandes bosques.
Desaguan estos paisajes boscosos en un políptico que evoca un barranco. Es una obra de 2006 que nos remite a la segunda fase de los paisajes líticos, en la que prescinde de los efectos ópticos y la luminosidad mineral que habían sido señas de identidad en los comienzos de la década, y acomete un dibujo clásico, definido trazo a trazo, en el que todos los grados de la luz y las sombras que lo determinan han sido dibujados de manera enérgica y rotunda. Blancas lo presentó en 2007 en el contexto de la exposición individual promovida por el Gobierno de Canarias, en cuyo catálogo se reproducía en último lugar. No era casual -como casi nada en el desarrollo de su obra- pues advertía del retorno a un nuevo espacio transitable donde poco tiempo después plantaría aquellos otros bosques, los más enigmáticos y desmedidos de toda su producción. A tenor de esta cíclica emergencia, los bosques parecen ser los pulmones con los que Julio Blancas oxigena su obrar.
Piedra (2020) es un objeto mimosamente interpretado que parece una roca granítica. Por evocación, juega con el sentido de otra escultura realizada por el artista en 1996, el Callao de playa que creó desgastando durante tres semanas un bloque de mármol negro de Bélgica. En Piedra, por el contrario, ha empleado seis meses para convertir una armadura de madera en un pedazo de granito, recreando la superficie granulada del mineral con minúsculas y precisas gotas de pintura blanca sobre pequeñas manchas de pintura negra y viceversa, que la cubren por completo. La roca, que de lejos forzaría a lo serio, en la proximidad nos magnetiza y acaba deleitándonos el dilatado empeño, la delicadeza y el ingenio que, como en Callao, cristalizan en una detenida meditación sobre el ser y la presencia.
Dos series de trabajos de pequeñas dimensiones completan la exposición. Las separan veinte años y corroboran el sustrato analítico del quehacer de Blancas. La primera es una colección de collages fotográficos que expone ahora por primera vez. Realizados con imágenes de rocas y formaciones basálticas tomadas en sus paseos por los barrancos y montes de la isla, estos collages constituyen el ámbito de referencias que lo envolvía cuando dibujaba el Gran grafito (2000), y están en el origen de buena parte de la obra grafítica abstracta. Su presencia en Nada que ría evoca también un vínculo histórico que nos remite a Triálogos (2000), la exposición colectiva de Galería Artizar en la que Julio Blancas mostró el Gran grafito al público por primera vez y con la que iniciaba una larga, productiva y estimulante relación profesional que hasta hoy llega.
Por último, la serie más reciente está formada por pequeños dibujos sobre papel traslúcido, manchas de grafito suspendidas en la ausencia que en realidad son huecos de su corteza, un enladrillado azaroso inspirado en formas erosionadas de esa Naturaleza por la que Blancas ha puesto a meditar toda su obra.
Carlos E. Pinto
La Laguna, 4 IX 2021
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¹ Francis Ponge. Cuaderno del bosque de pinos, Trad. E. Carrión, Ed. Tusquets, 1976.
² Nota del autor. Julio Blancas eligió las obras de esta exposición. Me pidió que le pusiese título e hiciera un texto sobre ella. Corrió un riesgo que ahora, cuando es irremediable, deberá valorar en su justa medida si ha valido la pena. Por mi parte, he podido cercarme de su obra en compañía del Cuaderno del bosque de pinos y tengo que decirle que alabo la ocasión y la confianza.
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