El cuerpo como herramienta política es un receptor y emisor de violencia y afecto, de dolor y goce, de derechos y deberes; una superficie en la que se inscriben todo tipo de normas y pautas sociales, que posee la capacidad transformadora de re-significar el imaginario colectivo.
La lucha de las mujeres por la toma de control sobre sus propios cuerpos se ha convertido en una maquinaria de poder que, en sus intentos por escapar a los mecanismos de control social, no para de generar nuevos significados en torno al lenguaje, las imágenes y su propia representación. En este contexto, el cuerpo se convierte en un artefacto de lucha desde el cual generar imágenes de resistencia ante la violencia simbólica.