¿Se otorga, el cuerpo nómada, la libertad de imaginar una casa?
La velocidad del pensamiento en un cuerpo también acelerado que tantea el descanso posible sin un referente de refugio en el que poder confiar. Así la práctica artística deviene ejercicio de aproximación. Materializa una idea de solidez a través de la estabilidad que aporta una cuadrícula. Contemplamos la traslación del espacio íntimo, un lugar móvil contenido en las fronteras materiales del cuerpo, en la baldosa; corteza de un refugio posible. Igual que se busca representar la naturaleza, escasa en las ciudades, sobre azulejos cerámicos que recubren las viviendas, el hogar en falta se alucina en la abstracción pictórica de Paula Valdeón Lemus. Un desplazado deseo de casa toma concreción mientras se desenfoca en un progresivo alejamiento, que es a la vez consuelo de ausencia y tentativa de encuentro.
Polvo de mármol espesándose sobre un lienzo. “Ficción de lo vegetal” patrones decorativos repetidos en baldosas encontradas en las ruinas de distintas ciudades, países, continentes. Paula reflexiona sobre el origen del patrón para pensar la paradoja de la habitabilidad: el confort estético se construye después del borrado de los paisajes originales. La flor como motivo consuela la ausencia del paisaje natural. Ahora, ¿cuántos grados de separación se necesitan para un reencuentro? El cuerpo nunca se alejó lo suficiente de la experiencia de la flor, la de la pertenencia a un hogar, como para poder algún día olvidarlas. El envite creativo mantiene una pulsión nostálgica, aunque no llega a explicitarse. Repetir para estabilizar, es como decir: calma primero, para poder fugar la imaginación después. La ensoñación requiere una casa.
“Si nos preguntaran cuál es el beneficio más precioso de la casa, diríamos: la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz.”