En noviembre del pasado año Julio Blancas (Las Palmas de Gran Canaria, 1967), invitado por el Centro de Arte La Regenta, hizo una residencia en Nueva Orleans en A Studio in the Woods, un lugar de trabajo y hospedaje puntualmente descrito en su denominación donde vivió un mes y medio, y donde desarrolló el proyecto creativo del que esta exposición es noticia y efecto.
La obra en la que Blancas ocupó su tiempo de trabajo tenía un propósito aparentemente tangencial a su obra plástica pero que había venido madurando durante tres lustros, desde su primer intento de abordar el diseño y la ejecución de un objeto mobiliario básico: una silla.
El pequeño taburete que construyó entonces era un objeto de sencillez y funcionalidad extremas, construido con tablillas de contrachapado cuya disposición en canto lo dotaban de solidez y ligereza. En realidad sólo había querido hacer un objeto de utilidad doméstica, y si a algo recordaba era a los diseños de Gerrit Rietveld en la segunda década del S.XX.
En A Studio in the Wood de Luisiana el objeto-silla tendrá una concepción diferente y, como sucede en todo el trabajo de Blancas, será el resultado del proceso de enriquecimiento de una idea: sonorizar la silla, instrumentalizarla.
Nueces en el tejado es el título que Julio Blancas ha dado a su vivencia americana y a la obra que ésta generó, no sólo durante la residencia sino inmediatamente después, a su regreso, alimentada del recuerdo y de esa voluntad de exactitud que le identifica. Julio vivió en su estudio del bosque seis semanas, en medio de una naturaleza a la que ya alude el título de su obra, conviviendo con los habitantes de aquel bosque, como el armadillo que construía su nido al lado de la casa, y viviendo el lugar.
La silla sonora que Julio Blancas realizó en la residencia y su variante en mecedora siguen la orientación neoplasticista ya apuntada, algo apreciable también en sus últimas esculturas, incorporando la utilidad sonora en el espaldar de ambas convertido en caja de resonancia con teclado. En la mecedora, además, ha llenado los balancines de nueces que ronronean al moverla. Han perdido aquella funcionalidad y sencillez doméstica y han ganado dimensión y sentido escultórico. Incorporan una experiencia vital acaso irrepetible que ahora cuentan a la memoria, mientras se escucha al armadillo arrastrando las hojas a su nido.