Ubay Murillo · Colisión

UBAY MURILLO

COLISIÓN

1 SEP, 2023 - 14 OCT, 2023

Reproducir vídeo

Tiempo de colisión

 

En 1719, al parecer para formar parte de la decoración de una cafetería, Jean-Antoine Watteau pintó Pierrot, uno de los cuadros más sugestivos del Rococó francés. La imagen es un retrato frontal, de cuerpo entero, de uno de los personajes de la comedia del arte, una forma de teatro popular de entonces. Vestido impecablemente blanco, el Pierrot se situaba de pie, con los brazos caídos, como inanimado, con expresión melancólica, componiendo una figura ciertamente patética comparada con la grandilocuencia de los personajes—dioses, santos, aristócratas—, que poblaban los cuadros de la época. Frente a estos modelos excepcionales, la figura de Pierrot convoca la idea del sujeto como comediante, como fantoche; no en vano el protagonista de la pintura era una persona disfrazada y que, por ello, no está en ningún lugar: ni rica ni pobre, ni profunda ni banal, ni cómica ni trágica, ni enteramente hombre ni mujer, ni dentro ni fuera del sistema. Un personaje que hoy podríamos llamar queer.

 

Algo así palpita también en los comediantes que pintó Picasso doscientos años después. Arlequín con espejo (1923), por ejemplo, vuelve sobre el personaje melancólico, un sujeto ambiguo que se observa a sí mismo, y cabe preguntarse si mira a quien es, o a quien finge ser. Como figura pictórica, el arlequín es dos personas a la vez, la que se muestra y la que se esconde tras el disfraz; en esa medida es la imagen de un sujeto escindido, un ser difuso, fragmentado, en estado de colisión entre lo que es y lo que tiene que ser.

 

De ahí que Ubay Murillo considere el arlequín una “figura bisagra”, expresión de un sujeto en desequilibrio que, como diría Jean Clair, es imagen de un tiempo de derrumbamiento de los equilibrios; de ahí su fascinación al descubrir la figura del arlequín revisitada en algunas editoriales de moda de revistas como Vogue o Harper’s Bazaar, material con el que Murillo trabaja desde hace doce años.

Este interés por las editoriales de moda se centra en las fricciones y colisiones que afloran con las gramáticas visuales de las vanguardias. Desde Coco Chanel, la moda no es el mero diseño de prendas de vestir, sino que produce discursos sobre el sujeto, sobre su “ser” en el espacio social, generando potentes imágenes que son mediadoras de las formas en que sentimos y producimos nuestros cuerpos. Las editoriales de moda, como los desfiles, los escaparates o cualquier otro dispositivo de comunicación, son emisores de estos discursos, y no es infrecuente que, para ello, emulen gramáticas formales, incluso ciertas prácticas, del arte contemporáneo. Ubay Murillo explora estas conexiones —que fluyen en las dos direcciones—, las considera evidencia de cómo los hallazgos visuales de las vanguardias artísticas, concebidos en el marco de utopías de emancipación del sujeto, han acabado permeando en la industria cultural, al servicio de la maquinaria capitalista de producción de deseo.

 

Estas gramáticas, como la abstracción o la fragmentación del cuerpo, al ser usadas en imágenes de moda, son necesariamente resignificadas, lo que implica su banalización y, por tanto, su desactivación como retóricas formales de las utopías vanguardistas. Murillo busca “devolver” estos patrones al espacio del arte contemporáneo y, al hacerlo, indaga en las complejas fricciones entre alta y baja cultura, entre vanguardia artística e industria cultural, entre arte y mercancía.

En este contexto, la reaparición de la figura del arlequín en editoriales de moda actuales es interpretada por Murillo como un revelador signo que conecta la época de las primeras vanguardias o los inicios de la Revolución Industrial —cuando pintaban Picasso o Watteau— con nuestro propio “tiempo de derrumbamiento de los equilibrios”. Situado en este nuevo tiempo de colisión, el arlequín aparece como un sujeto disfrazado, a caballo entre identidades —¿con una identidad fluida?, y a caballo también entre su apego y su desanclaje de los procesos históricos.

 

Pensar la relación entre el sujeto y la Historia lleva a Murillo a investigar su expresión pictórica: la dialéctica fondo-figura. En la pintura contemporánea, el sujeto se postula como una figura fragmentada, situada en un fondo igualmente fragmentado. Por eso Murillo propone el cuadro desmantelado, desperdigados por el suelo sus componentes. Al desplegar la pintura en el espacio, Murillo reelabora la reducción que el cubismo o el constructivismo hicieron de los elementos de la pintura a sus componentes geométricos básicos —líneas, rectángulos y círculos—, objetualizándolos en varillas de metal dorado, retales de madera y platos de porcelana. Emplea también otros objetos, cuya genealogía proviene de imágenes pictóricas, pero han devenido en piezas de producción seriada, por tanto kitsch, así como vajillas, platos y tazas de café, algunas de las cuales son producto de patrones y diseños vanguardistas adaptados para ser usados por las personas, por sus manos, por sus bocas, en sus interacciones sociales.

 

Son objetos que, para Murillo, evocan la idea de cuerpo social. Pero también son elementos formales: círculos, planos, líneas, que permiten componer en el espacio cuadros vanguardistas desmantelados, como desmantelado está el sujeto contemporáneo. Las instalaciones pictóricas —las “pinturas expandidas”— que hace Ubay Murillo se sitúan deliberadamente en el espacio de colisión entre la instalación artística y el escaparatismo, conceptuando el cuadro como escaparate y escenificándolo como mercancía, en tanto que, en las ambiguas figuras que lo habitan, las osadas innovaciones formales de las vanguardias han quedado convertidas en ornamento; son ahora motivos estampados en el impecable vestido del arlequín.

 

Ramiro Carrillo

PRENSA

Prensa escrita

EL Día

Artículo en el periódico El Día · 1 de septiembre de 2023

Diario de avisos

Artículo en el periódico Diario de Avisos · 31 de agosto de 2023

Ver esta exposición en

con la colaboración de