ZONA MACO 2023

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MÉXICO DF · México

8 feb · 12 feb, 2023

RENÉ PEÑA

La Habana, CUba, 1957

Rene Peña, una vez más -reiterativamente- se desdobla, finge, engaña al ojo, miente ante la cámara aún sabiendo que el narcisismo del siglo XXI y su invasión medial es la nueva tónica de nuestro tiempo. Puede que porque sabe que no somos las cosas que tenemos, a pesar de que ellas, las cosas nos tienen atrapados en su universo material, no nosotros a ellas, porque lo que nos rodea es nuestra apoyatura, nuestro andamiaje, pero no nuestra esencia. Nuestra esencia siempre será la misma aunque la realidad nos re-eduque, nos mute en monstruos o tiranos, nos convierta en monjes o guerreros, nos afemine o nos robustezca con teatralidades, Peña sabe que hoy en día todo es una pose, una representación, un retratamiento del ego -y esto ya lo dije hace una década, pero todavía nos vale-; quizás porque detrás de todo ese narcisismo en René hay una conciencia de que algo mayor a todo, y es el paso del tiempo, el implacable dios que a todos nos usa, así como nosotros usamos ese “teléfono negro” para comunicarnos. Y puede que estas obras, que ahora llaman nuestra atención, tan sólo nos digan:

 

“Hola. ¿Hablamos? Soy René, ¿y tú?”

Y que con todo el descreimiento que le caracteriza, nos concluya:

“¿Tú sabes que todo esto es un artificio, verdad?”

Y que esa sinceridad endémica, sea su incalculable valor. Su única baza.

 

Omar-Pascual Castillo

Serie Hacia adentro (1989-1994)

René Peña ya estaba desplazando el foco desde el espacio público hacia el interior doméstico a comienzos de los noventa, reubicando el concepto de “espacio social” de acuerdo a un imaginario que en aquel momento continuaba siendo periférico dentro de la retórica documentalista. En ese contexto Hacia adentro (1989-1992) es la serie que resume de manera más completa la primera etapa de la obra de René Peña y sus aportes a una nueva sensibilidad en la fotografía documental cubana, en el umbral del “período especial”. 

 

Hacia adentro se concentra en el espacio doméstico, los gestos cotidianos, el círculo familiar, aparentemente desconectado de la historia y que devenía, a principios de la década de 1990, una metáfora del desgaste de la relación colectiva con la historia. La motivación principal de las fotografías era el propio acto fotográfico y la situación estética que generaba. El valor que buscaba producir René Peña era, ante todo, formal. Y, sin embargo, ese giro estético ya llevaba un impulso autorreferencial que recolocaría las claves de identidad y alteridad en el centro de sus siguientes proyectos artísticos.

 

René Peña introduce como programa estético algo que los fotógrafos cubanos habían tanteado solamente de manera aislada y colateral: la belleza de la piel negra, su potencia simbólica y formal. No se trataba de una reivindicación sentimentalista del sujeto negro como bello, sino de producir la fotografía como situación estética, haciendo uso de los materiales con los que el fotógrafo estaba más familiarizado. Y uno de esos materiales era la piel. Trabajando con luz natural y en espacios angostos, René Peña parece estar siempre muy cerca de las personas fotografiadas. La serie tiene un tono introvertido e intimista que justifica el título “hacia adentro”, aunque sólo se podía lograr de esa manera trabajando desde dentro. Peña fotografía a los negros sin condescendencia, pero también sin ese humor, a veces irritante, con que algunos fotógrafos documentalistas miraron hacia la cultura popular y las minorías en Cuba. En su proyecto no hay perspectiva etnográfica ni pintoresca, mucho menos la intención de representar a los negros como sujetos “integrados” al paisaje revolucionario. De hecho, si hay algo que desaparece en sus fotografías es el “paisaje revolucionario”.

 

​Uno de los subtextos de Hacia adentro es la componente religiosa del ambiente doméstico, que sustituye y contradice a la componente política del ambiente público en La Habana de fines de la década de 1980 y principios de los años 90. Y esa religiosidad está asociada al tema racial, no como algo que ilustra una identidad étnica (no se trata de representar lo religioso como “religión afrocubana”), sino de aceptar el ambiente doméstico en las casas de los negros, con todos los elementos simbólicos que lo conforman. Lo simbólico en esa etapa de la obra de René Peña, no era algo que se ponía en escena, sino que formaba parte de la realidad en los ambientes que él fotografiaba. Sin embargo, aunque espontáneo e intuitivo, en 1989 René Peña era ya un autor con una mirada llena de intenciones que trabajaba sus imágenes con una particular voluntad expresiva y una consistente inteligencia visual.